viernes, 22 de enero de 2016

Perdón

Se prepara para ir de fiesta con sus amigos. Otro sábado noche más.

Se despide de su madre con un beso;  y mientras cierra la puerta, la escucha decir “ten cuidado, cariño. Te quiero”, angustiada por la marcha de su hijo.

Él se disponía a ir una gran fiesta en uno de los mejores locales de la ciudad. Justo en la puerta de dicho local estaban sus amigos esperándole con cigarro en mano. Él, eufórico por lo que creía que iba a ser una noche espectacular e inolvidable, los abrazó a todos y entraron a darlo todo en la pista de baile.

Fue pidiendo una copa tras otra, y dado su estado de embriaguez, su amiga le acompañó al exterior para tomar aire. Así podría encontrarse mejor.  Sin embargo, echó la pota hasta que se compuso  y  después se dispusieron a entrar al aclamado local.

Se encontró a aquel amigo/conocido. Todo el mundo le había advertido de que no se acercase a él, no era buena compañía. Aquel muchacho, al verlo ya cansado por la euforia de la noche y ya las tardías horas, le ofreció una pequeña pastilla con una carita sonriente por 5 euros, alegando que eso era mucho más barato que el alcohol y le haría aguantar toda la noche dándolo todo. Por lo tanto, el inocente muchacho aceptó.

Estaba en su auge, creía que se podría comer el mundo en tan solo un minuto. Tenía una energía enorme, la cual consumía brincando y cantando, eufórico, al son de la música. Pero algo no iba del todo bien. Sentía como si el corazón fuese a salirse de su pecho. Notaba cómo su pectoral temblaba a una velocidad preocupante. Vio la cara de sus amigos, asustadísimos, corriendo hacia él, sabiendo que se iba. Se iba a ir para siempre. Y antes de poder pedir ayuda a su amiga, su vida se desvaneció.
Justo antes de que sus ojos se cerraran por última vez, recordó esa cara angustiosa de su madre, observando preocupada desde el sofá cómo cruzaba la puerta. Ella ya se olía algo.

Sirenas de ambulancia eran lo único que se escuchaba en aquella jaleosa calle. Y de repente, él la oyó. Gracias al electroshock del médico de la ambulancia, su corazón volvió a funcionar con normalidad, y en el momento en el que él pudo abrir los ojos, solo pudo decir: perdón.


Y ya, por última vez, pudo irse de la vida, no sin antes pedir disculpas por el motivo por el cual se marchaba.   

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